7 de abril de 2009

Cocinando la idea




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ninin's




*La cocina de la escritura

Si Aristóteles hubiera guisado,

mucho más hubiera escrito.

Sor Juana.

A lo largo del tiempo, las mujeres han escrito por múltiples razones: Emily Brönte escribió para demostrar la naturaleza revolucionaria de la pasión; Virginia Woolf para exorcizar su terror a la locura y a la muerte; Joan Didion escribe para descubrir lo que piensa y cómo piensa; Clarisse Lispector descubre en su escritura una razón para amar y ser amada. En mi caso, escribir es una voluntad a la vez constructiva y destructiva; una posibilidad de crecimiento y de cambio. Escribo para edificarme palabra a palabra; para disipar mi terror a la inexistencia, como rostro humano que habla […]

En realidad, tengo mucho que agradecerle a la palabra. Es ella quien me ha hecho posible una identidad propia, que no le debo a nadie sino a mi propio esfuerzo […] Cuando pienso que todo me falla, que la vida no es más que un teatro absurdo sobre el viento armado, sé que la palabra siempre está ahí, dispuesta a devolverme la fe en mi misma y en el mundo. Esta necesidad constructiva por la que escribo se encuentra íntimamente relacionada a mi necesidad de amor: escribo para reinventarme y para reinventar el mundo, para convencerme de que todo lo que amo es eterno.

Pero mi voluntad de escribir es también una voluntad destructiva, un intento de aniquilarme y de aniquilar el mundo [… ] Escribo porque soy una desajustada de la realidad; porque son, en el fondo, mis profundas decepciones las que han hecho brotar en mí la necesidad de recrear la vida, de sustituirla por una realidad más compasiva y habitable, por ese mundo y por esa persona utópicos que también llevo dentro […] escribo para vengarme de la realidad y de mi misma, para perpetuar lo que me hiere, tanto como lo que me seduce. Sólo las heridas, los agravios más profundos (lo que implica, después de todo, que amo apasionadamente el mundo) podrán quizá engendrar en mí algún día toda la fuerza de la expresión humana […]

El día que me senté por fin frente a mi maquinilla con la intención de escribir mi primer cuento, sabía ya por experiencia lo difícil que era ganar acceso a esa habitación propia con pestillo en la puerta y a esas metafóricas quinientas libras al año que me asegurarán mi independencia y mi libertad. Me había divorciado y había sufrido muchas vicisitudes a causa del amor, o de lo que entonces había creído que era el amor: el renunciamiento a mi propio espacio intelectual y espiritual, en aras de la relación con el amado […]

Deseaba vivir: experimentar el conocimiento, el arte, la aventura, el peligro, todo de primera mano y sin esperar a que me lo contaran. En realidad, lo que quería era disipar mi miedo a la muerte. Todos le tenemos miedo a la muerte, pero yo sentía por ella u terror especial, el terror de los que no han conocido la vida […] verme obligada a enfrentar la muerte sin haber conocido la vida, sin atravesar su aprendizaje, me parecía una crueldad imperdonable […]

[…] he descubierto que cuando uno intenta escribir un cuento (o un poema, o una novela), detenerse a escuchar consejos, aún de aquellos maestros que uno más admira, tiene casi siempre como resultado la parálisis de la lengua y de la imaginación. Hoy sé por experiencia que de nada vale escribir proponiéndose de antemano construir realidades exteriores, tratar sobre temas universales y objetivos, si uno no construye primero su realidad interior; de nada vale intentar escribir en un estilo neutro, armonioso, distante, si uno no tiene el valor de destruir su realidad interior. Al escribir sobre sus personajes, un escritor escribe siempre sobre sí mismo, o sobre posibles vertientes de sí mismo, ya que, como a todo ser humano, ninguna virtud o pecado le es ajeno.

*Fragmento inicial de “La cocina de la escritura (De cómo dejarse caer de la sartén al fuego)” 1984, originalmente publicado en la compilación de Rose S. Minc, Literatures in Transition: The Many Voices of the Caribean Area. Maryland, Ediciones Hispamérica/ Montclair State College, 1982, pp.37-51.

2 comentarios:

marichuy dijo...

[…] he descubierto que cuando uno intenta escribir un cuento (o un poema, o una novela), detenerse a escuchar consejos, aún de aquellos maestros que uno más admira, tiene casi siempre como resultado la parálisis de la lengua y de la imaginación.”

Mafis

Creo que esto pasa porque uno se mira frente a esos maestros y se siente muy pequeñito, ergo se coarta de antemano; teme hacer el ridículo… aún más.

Me encantó su texto… desde el titulo que el da:

“La cocina de la escritura (De cómo dejarse caer de la sartén al fuego)”

Saludos

Fernando García Pañeda dijo...

Tiene razón Marichuy.
Lo del miedo a la muerte, algo que sólo se oculta o se disimula, tiene que ver con toda actividad humana; desde la ciencia hasta las artes, todo lo que se hace es por intentar ganarle palmos de terreno a la muerte, quizá por esa suprema aspiración de no acabar con varios metros bajo ese terreno ;)
Abrazos, Mafalda.